El Bosque nos da la bienvenida con un beso. A medida que avanzamos entre ellos los árboles se atraen, se acercan entre sí, se juntan y lanzan un beso. El Bosque, un lugar mágico, donde las imágenes aparecen y desaparecen, donde el artista nos sorprende una y otra vez, donde los árboles dialogan y nos incitan a la búsqueda, esperando nuestras preguntas, para mostrarnos sus respuestas.

Una de las figuras más atractivas y conocidas del Bosque es el Arco iris de Naiel, que lleva el nombre de uno de los nietos del artista.

"Mi madre me contaba que me llevaba en su vientre al monte, en la época en la que aitona comenzó a pintar el bosque"

nos dice Naiel Ibarrola. Es una versión sentida y potente sobre la visión del arcoíris a través de los propios arboles del bosque después de la lluvia.

En este conjunto artístico Ibarrola deconstruye el arco iris sobre tres árboles, reduciéndolo a los elementos más simples. El autor utiliza el color negro para destacar la luminosidad de los colores del arco iris.

Pintar en un espacio como el bosque, con árboles en diferentes planos supuso un reto para el artista ya que implicó revisar las ideas sobre la dimensionalidad y la perspectiva.

Un día de tormenta un rayo cayó en el bosque y el artista pintó su zigzagueo luminoso atrapado entre los árboles. En palabras de Agustín Ibarrola.

“El rayo y el arco iris vinieron a jugar y pintar conmigo al bosque”

Ibarrola eligió la parte alta del bosque para hacer su particular homenaje al Equipo 57, grupo de artistas al que pertenecía junto a Jorge Duarte, Juan Serrano, Jorge Oteiza o Néstor Basterretxea, y cuyo objetivo era acercar el arte al público. Para ello utilizaban colores fuertes y contrastados que representaban la variedad de gentes, lenguas, clases y costumbres presentes en la sociedad.

En este conjunto los trazos amarillos ayudan a construir y a entender la verticalidad del tronco. Comienzan desde el suelo recorriendo el árbol en su vertical y luego crecen y se expanden en diferentes ángulos hacia arriba.

En una ocasión, el ruido de unos motoristas que querían ver la obra atrajo la atención del artista. De esta manera, Ibarrola trazó esta curiosa figura, inspirado por los visitantes que, al igual que hacía su hijo, se acercaban en moto al bosque.

Este conjunto representa la evolución del ser humano concebida por Ibarrola. Algunas de las figuras que vemos desde aquí parten de lo más profundo del bosque a modo de simples rayas verticales y a medida que nos vamos desplazando, se convierten en caminantes que ascienden por la ladera. Representan a los hombres y mujeres de la denuncia social, de las fábricas, de las manifestaciones. Y a su vez son los hombres y mujeres del pasado, de las cuevas de Santimamiñe. Caminan lentamente unos detrás de otros y una vez liberados de su carga vuelven a la niñez. Los podréis ver jugando entre los árboles. Al otro lado, Basajaun, protector del Bosque, los observa.

Nuestro gigante rojo aparece de repente entre los árboles del conjunto de la Marcha de la humanidad, alzándose sobre el terreno inclinado y atrayendo con su potencia nuestra mirada. ¿Podría ser este gigante rojo el propio Ibarrola que nos lanza un guiño de complicidad?

Éste es el punto del bosque en el que se reúnen el pasado y el presente. El descubrimiento de las pinturas rupestres impresionó de tal manera a Ibarrola, que quiso representar los ojos de aquellos primeros artistas habitantes del bosque.

Según el autor,

“los ojos de la naturaleza, los ojos del pasado y del tiempo presente, miran igual que tú. La vida tiene más ojos que yo, aunque cambie de sitio y multiplique mi visión sobre ella.”

Este conjunto es un pequeño homenaje a las figuras geométricas y reduccionistas de Kazimir Malévich, pintor de la abstracción y autor de obras tan polémicas para su época como Las Pinturas de Blanco Sobre Blanco o Cuadrado Negro.

Este círculo inacabado juega con las personas visitantes, generando una ilusión, un trampantojo, con el que el autor vuelve a plantearnos un pequeño juego de perspectiva.

Sobre este escenario vivo que forman los árboles, las figuras cobran vida y lo que parece un simple círculo se convierte en un hueco que nos atrae hasta lo más profundo del bosque.

Inspirado por las pruebas de color que el Greco hacía en los márgenes de sus cuadros antes de aplicar el color, Ibarrola crea esta composición cargada de admiración hacia el artista.

Los animales que Ibarrola solía ver cuando subía a pintar han encontrado también su lugar entre los árboles. Actualmente, en la zona más mágica del bosque se pueden observar los 16 animales que el artista pintó a medida que avanzaba en la obra.

La Llama representa el calor, la luz y la protección del fuego rupestre de nuestros antepasados. Ibarrola traslada esta idea poderosa a cinco árboles del bosque encargados de mantener el fuego encendido.

En un principio, la Ondulación Blanca formó parte del conjunto de La Llama, pero posteriormente se le ha dotado de entidad propia convirtiéndose en un conjunto artístico autónomo. Tanto Ondulación Blanca como La llama son pinturas que nacen del suelo hasta elevarse a lo alto del bosque.

Este conjunto representa un estudio sobre cómo las líneas rectas se dibujan sobre un espacio curvo. Ibarrola da a esta intervención una importancia notable porque a partir de ella se generan muchas reflexiones que posteriormente serán desarrolladas por todo el bosque.

Al igual que hizo con otras vanguardias artísticas como el impresionismo o el cubismo, Ibarrola quiso utilizar en su obra la técnica del puntillismo. El artista pinta pequeños puntos de color llenos de luz que se expanden del suelo al cielo.

Este conjunto es una de las perspectivas más audaces de Ibarrola. Sobre cinco árboles crea un efecto de luz que parece surgir desde el centro y a la vez converger en él. El uso de los colores vivos como el violeta y el verde ayuda a potenciar esa sensación.

La combinación del negativo y el positivo genera varias composiciones que tratan de manera diferente este sugerente juego repleto de trazos verticales y horizontales, y curvas y rectas de color naranja, violeta, azul y verde.

Para entender mejor este conjunto nos remitimos a las palabras de Ibarrola sobre la cuestión nuclear:

“Entre los árboles se ve Gernika y desde el Gernika de Picasso recuerdo el bombardeo de Nagasaki, Hiroshima, el militarismo y el amenazante mundo nuclear, y alzo mis manos gritando ¡Basta!”.

En esta ocasión son los semicírculos desperdigados entre los árboles los que nos invitan a jugar a unirlos, entrelazarlos o a separarlos a medida que vamos paseando, en un diálogo libre entre la obra y el visitante que la contempla.

Esta composición que se extiende a lo largo de 22 árboles es una interpretación que hace el artista de la mezquita de Córdoba. Los troncos se convierten en columnas que se entrelazan visualmente formando delicados arcos aéreos.

Las rayas azules, verdes y moradas se articulan y se convierten en ritmos que buscan expresar lo máximo posible a través de un número mínimo de elementos. Esta propuesta tiene su origen en la corriente artística conocida como Minimal Art, que se caracteriza por la utilización en sus composiciones de los colores puros y las formas geométricas básicas.

De nuevo una interpretación de la raya blanca que pintada sobre los árboles trastoca su horizontalidad y se muestra como una línea diagonal ascendente que corta de forma exacta y oblicua el paisaje.

Esta obra que sólo ocupa un árbol podría considerarse, por su ubicación en el bosque, como la expresión final del numeroso e intenso conjunto de los círculos de colores.

Dentro de la experimentación inicial que Ibarrola realizó en el bosque, encontramos una nueva interpretación del efecto visual que generan las curvas pintadas sobre la curva real del tronco del árbol.

El juego conceptual y visual entre la parte positiva y la negativa de una pintura queda también reflejado entre los árboles. ¿Puede ser una forma, positiva y negativa a la vez?

Este conjunto también es conocido como la rúbrica de Mariluz, esposa de Agustín, quien formó parte del proceso de pintado de algunos de los conjuntos. Con esta obra, el autor agradece la implicación de su pareja de una forma sencilla y convincente.

Es una representación enigmática ya que ignoramos a quién lanza el artista este mensaje que bien puede ser de bienvenida o despedida, a su familia, a las personas que visitan el Bosque o al propio Bosque.

Este conjunto artístico está en proceso de pintado.

Este conjunto artístico está en proceso de pintado.