Si ha habido una revolución en los últimos años que haya modificado las formas de comportarnos y relacionarnos socialmente, ésta se llama redes sociales. Las nuevas tecnologías, presentes en nuestro día a día, se hacen protagonistas de nuestras vidas a través de un smartphone y una conectividad inmediata, en cualquier espacio y momento. Y las relaciones sociales no son inmunes al cambio que supone tener herramientas para comunicarnos en cualquier lugar, para conocer información sobre el resto de personas que de otro modo no conseguiríamos, para utilizarlas como vía de desahogo personal, también.
Por ello, la violencia de género en los últimos años ha encontrado en las redes un espacio en el que reproducirse con grandes magnitudes. Las aplicaciones de conversación instantánea (tipo whatsapp), dan información al minuto del estado de conexión de la pareja o expareja: última vez conectada a las, en línea, leído tu mensaje, -no contestado-. Así, los conflictos, las interpretaciones sobre qué estará haciendo la otra persona multiplican los problemas que los celos y chantajes de una relación construida de una forma insana, pueden llevar a magnificar al extremo. Las redes sociales (como Facebook, Twitter o Instagram) permiten mostrar los listados de contactos y la expresión a través de estados y fotos, y pueden convertirse en comportamientos que no se respetan, se trata de coartar o se castigan. “¿Qué amigos tienes en las redes sociales?”, “¿por qué subes esa foto?”, “¿por qué haces ese comentario?”, o “no quiero que sigas hablando con él”, estos mensajes, a veces, marcan el inicio de una relación de control en la que se limita el espacio propio de la pareja. Las redes de flirteo, que permiten encontrar “matchs” o personas con las que ligar, pueden aumentar así mismo la inseguridad del compromiso.
Sin embargo, y pese a que las herramientas y posibilidades actuales de conocer información sobre el resto de personas se multiplique, los conflictos y problemas que se derivan de ello, no han nacido con las nuevas tecnologías.
Así, móvil en mano se puede ver en las fotos de la pareja la ropa que lleva, la compañía que ha tenido, los comentarios recibidos; pero quien aprieta el click del dominio, son los celos. La información de amistades, horas de conexión y relaciones sociales de la pareja son visibles a través de las redes, pero el click que limita su libertad lo ocasiona la posesividad. Las fotografías y poses que se pueden ver en los perfiles de las mujeres, sean parejas o ligues, pueden representar una u otra imagen, pero el click que moviliza el insulto y la humillación, es el sexismo y la cosificación de las mujeres.
En este sentido no se aprecian cambios, no hay avances, y en lo que respecta a las generaciones jóvenes, cada vez se hace más visible un comportamiento sexista y violento contra las mujeres, su cuerpo, su imagen, sus relaciones, su libertad.
Diversos estudios de hecho están confirmando cómo el control se considera una forma de violencia de género frecuente en las parejas jóvenes, al tiempo que se considera “normal e inevitable” dicho control. La normalización con que entienden estos comportamientos, impide, en muchas ocasiones identificarlos como una alarma de una relación que se puede convertir en tóxica o limitante, pero también, en el caso de las chicas, en demasiadas ocasiones se confunde como una muestra de amor, o de interés. Por ello, muchas jóvenes perciben con menos claridad la necesidad de tener un espacio propio que defender, un espacio propio que no pueden perder, que deben seguir cultivando y compatibilizando con el hecho de tener una pareja. Y ciertos jóvenes aún reproducen la idea de que sus parejas lo deberían dejar todo por ellos, perpetuando un modelo tradicional y sexista de las relaciones de pareja en el que “tú eres mía” se puede percibir como una frase romántica y no una idea posesiva de la que protegerse.
Parece que poco hemos cambiado en los modelos sociales y culturales de la pareja, en formas de entenderla que nos permitan relacionarnos en igualdad, con libertad y decisiones propias, y no convirtiéndolas en cárceles o candados que atan, obligan y limitan. Poco hemos repetido aún, que el control y el dominio en la pareja son formas de violencia, y que, como tal, cuando ocurre en el espacio virtual también daña, limita y provoca dolor.
Pero el riesgo es aún mayor, ya que las redes sociales están permitiendo visibilizar otras formas de violencia que sufren las mujeres en público. La humillación en las redes, realizada por compartir contenidos eróticos sin su permiso, o el chantaje sobre hacerlos públicos, son también formas de violencia virtual que están adquiriendo frecuencia entre la juventud, y que confirman la pervivencia de una doble moral y una sexualidad tradicional que culpabiliza a las mujeres. Así, vemos que detrás de muchos casos de acoso o insulto público en la red están las relaciones que establecen las jóvenes (la generación de rumores, el cotilleo sobre sus relaciones, el insulto y la humillación por sus comportamientos sexuales…).
En los últimos años, se ha hecho referencia a estas formas de violencia virtual con los términos Cyberbullying (acoso entre iguales), stalking (vigilancia de perfiles y contenidos), sexting, (el envío de contenidos eróticos o sexuales como fotos o vídeos) y la sextorsión o porno vengativo (chantaje y publicación no permitida de contenidos eróticos). Sin embargo, estas formas de violencia, a pesar de entenderse desde conceptos tecnológicos, tienen la misma raíz de desigualdad e intolerancia, esto es, son formas de violencia en sí mismas, llamémosle acoso y humillación para entenderlas, que integran lo online y lo offline, porque no tienen sólo una relevancia “virtual” sino consecuencias reales como tal.
En ese sentido, hemos de llamar la atención sobre el componente sexista que muchas veces se esconde detrás de estas violencias y que no siempre se nombra: en el insulto a las chicas como “guarras” por las relaciones que establecen; en el insulto hacia lesbianas, gays, bisexuales o transexuales por su orientación sexual o su identidad; en la conceptualización de las chicas como un objeto sexy con el que poder comerciar con sus fotografías, y al que controlar su libertad, no sólo juegan su papel las tecnologías, sino sobre todo la cultura sexista que insulta, categoriza y etiqueta.
Y si algo podemos hacer, en un espacio tan público como son las redes sociales e internet, es visibilizar y denunciar estos comportamientos, así como mostrar nuestro apoyo para cortar con el acoso y la violencia.